ATARDECE EN EL TRÓPICO
GALERIA MATEO SARIEL - Mayo 2021
Hacer-se escarabajo
Por Nathaly Ponce Ulloa 
María Camila Bernal nos abre la puerta de su jardín, otra vez. No nos hagamos una idea ingenua de un jardín floreado, bellamente ordenado por un paisajista, uno libre de animalejos y plagas. ¡Que los tonos rosados, verdes y dorados, la suavidad aparente de su trazo, los cuerpos de mujeres bellas y los ornamentos, no nos confundan! El trópico es un lugar caliente y de calenturas, plagado de insectos e historias amargas, de crecimientos desordenados y a destiempos, con climas cambiantes donde la lluvia puede convertirse en tormentas, un lugar donde los cuerpos, de tanto perder y sufrir, pueden quedar lampiños. Mi propuesta, estimado lector, es que a su obra se le aproxime con ojos escudriñadores y sobre todo, sin ideas preconcibdas acerca de lo que “pintan las mujeres”, esos esencialismos terribles que aun persisten y que enceguecen: no todo lo rosado es tierno o femenino, no toda la naturaleza es crecimiento o vida. 
De la calma a la vorágine, de la vida a la muerte, este jardín reune cambios, reflexiones, mutaciones, cortes y costuras que, a partir de los elementos que conforman el discurso de la artista, nos muestran un proceso de transformación. Sin embargo, hay un elemento que aparece como novedoso, significantes que, a modo de palabras se introducen en la obra, junto a poemas, ensayos y textos breves que entrarían dentro de la categoría de literatura autobiográfica, y que acompañan este viaje al jardín, lugar que sirvió de refugio en su infancia. Pero es cierto que ella no se ha nombrado poeta, es una artista plástica, una artista, una creadora en todo el sentido de esta palabra pues sola se ha creado su propio lugar en el mundo. No nos quedemos en las cateogorías segregativas, todo arte comparte con la poesía ese lenguaje singular que hace resonar un vacío de sentido y a la vez permite la multiplicidad de lecturas de una misma obra. 
El artista es aquel que puede, con su lenguaje, revelar el sin sentido, permitir la pregunta, dejar un espacio vacío en donde cada uno construya su propia lectura, su propia experiencia frente al arte. Y, en este jardín, nos convertimos en escarabajos, seres con el poder de la transformación de la existencia. Seres dados a la muerte, pero con el poder para crear y dejarse invadir por la belleza, la simpleza de la línea, de resucitar con la memoria, siempre caprichosa, y vivir. Crear para poder hacer algo con la nostalgia de aquello que se sabe perdido para siempre.
A partir de la singularidad de un vínculo que entreteje a un padre, una hija y la palabra poética, su obra apunta a lo universal del deseo, el deseo de encontrar una voz a pesar de elegir el silencio frente a los otros, sin explotar los lugares comunes del calladita te ves más bonita. Escondido entre una paleta de colores que aboga por la calma y los espacios naturales como refugio, el trabajo de María Camila Bernal aparece como un discurso subversivo frente a las demandas actuales del escándalo, lo efímero y la validez del canon frente al arte. Es una postura ética que apuesta por la apertura, la estética y la singularidad, por la memoria y la tristeza como aquello que también puede hacernos vivir a contracorriente, como mujer, extranjera desde su infancia. Que no nos engañen la fantasía, la ensoñación y la belleza: rompedora de las formas estipuladas, decidiendo trabajar sus voces con respeto y libertad para sí y para el otro, su obra no espera la validez de nadie.
Disfrutemos de este jardín, entreguémonos a su vorágine. Dejémonos invadir por los espacios de María Camila Bernal, remedios para un mundo cada vez más descompuesto. Este diálogo entre la pintura y la poesía apunta a los afectos y la postura ética de una mujer, a lo más arcaico que conocemos como especie si pensamos en el lenguaje y la memoria, a lo más mítico si nos preguntamos por elementos como el escarabajo, amuletos usados en vida que acompañaban la muerte, acompañantes de los ritos funerarios egipcios, o si pensamos en los sueños, formaciones insconscientes atemporales y alógicas, realización de deseo, que nos remiten sin duda al jardín de Alicia. Desde allí, este poemario puede leerse sin los referentes del tiempo, lugar o contexto, también su obra, porque todos hemos tenido una infancia, con suerte una feliz. Seamos pues, escarabajos.

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