UN LUGAR EN EL PRESENTE
Galería 1-2-3 / El Salvador - San Salvador

Por: Loliett M. Delachaux 
Curadora
Para mí, que vengo de la nada, y que, 
por nacimientos sucesivos, 
estoy volviendo, poco a poco, 
y sin temblores, al lugar de origen. 

El entenado, Juan José Saer
I. Dos selvas espesas
La idea de que el hombre siempre ha sido una criatura encadenada a su historia lleva implícita también la búsqueda constante de un lugar en su presente. La necesidad de pertenecer a su propio tiempo se convierte en una de las conquistas más preciadas para el ser humano y -dentro de la creación artística, esa fuente inagotable de expresión- suele ser un camino de escrutinio y experimento. Para algunos creadores, el tiempo funciona bajo una condición elástica que les permite moverse con cierta flexibilidad entre presente y pasado, rescatando desde la memoria elementos que reordenan en el ahora. Así la rehacen, entre dosis de nostalgia. A otros les falta ese peso en su experiencia, carecen de un relato que los determine y limite como sujetos frente al mundo. Pero esta libertad sin límites tampoco resulta ligera. El camino que unos construyen entre las espesuras del recuerdo y la memoria, para estos debe ser trazado sobre la apropiación y el vacío. Donde aquellos tienen el peso de una herencia, estos se enfrentan al vértigo que causa la nada. En todo caso, ambas son formas de experimentar esa curiosa relación con el pasado.
“Un lugar en el presente” es el título de la exposición bipersonal de los artistas María Camila Bernal (Colombia, 1987) y Alexander Wtges (Panamá, 1983) en Galería 123, de San Salvador. Y también una metáfora del recorrido de dos creadores con una visualidad muy diferente entre sí, pero que han salido -impetuosamente- en busca de su propio tiempo. Sus indagaciones formales y conceptuales se bifurcan en senderos de naturaleza distinta, para luego converger en un lugar común donde construyen su universo, ese donde la memoria -real o imaginada- y la naturaleza -figurativa o abstracta- siempre están presentes.
La exhibición deviene escenario para la construcción de dos mundos paralelos, esas dos selvas en las que cada uno habita. La de María Camila es un estado del alma, no eterno sino cambiante. Todo lo que se siente o experimenta en su entorno
es tan real como sea ella capaz de recordarlo. La que proyecta Wtges es impávida y precisa, construida milimétricamente bajo sus propias leyes, que son también las leyes de la naturaleza. La ruta museográfica que traza la exposición conduce al espectador por el territorio personal de cada artista, hasta desembocar en un espacio común: la utopía donde conviven.
“Un lugar en el presente” se erige a partir del juego con obras de múltiples formatos, entre los que se encuentran pinturas, esculturas, instalaciones, collages y un mural que se despliega en toda la terraza exterior de la galería. Las piezas, todas elaboradas especialmente para esta exposición, no sólo reflejan el trabajo individual de cada creador sino que muchas son el resultado de la colaboración entre ambos. Cerca de cuatro lienzos y siete pequeños collages pertenecientes a la serie Un lugar (2022), son consecuencia de la sinergia entre dos poéticas que se abrazan en una misma superficie, mostrando ese plano del presente donde coexisten.
II. Una Selva imaginada
Según Derek Walco en La musa de la Historia, existe una memoria de la imaginación que nada tiene que ver con la experiencia real; pues se construye a partir de la adición y omisión de elementos y sobre todo de la actualización de símbolos que le dan sentido hoy a ese pasado. Una memoria, podría decirse, de búsqueda y de nueva creación. Por esas zonas del discurso transita el trabajo de Alexander Wtges, un artista formado entre el mundo de la publicidad, el diseño gráfico y las artes visuales. Su experiencia de décadas en estos medios le ha permitido hacerse de un lenguaje propio, donde predominan los patrones abstractos y cromáticos en la creación de interrelaciones formales. Se aprecia en su obra ese compromiso con la perfección técnica, la experimentación con medios y formatos y esa belleza de lo simple; conceptos todos herederos de la Bauhaus.
Sin embargo, la sofisticación visual no hace a Wtges abstraerse de la realidad externa, como buscaban los neoplasticistas de inicios del siglo anterior. La simplificación radical, la rigidez matemática en el uso de la cuadrícula y las formas puras no son más que herramientas para construir un código dentro del espacio visual. De la misma forma en que la civilización Inca concibió el quipu como una forma propia de escritura sin palabras que registraba memorias y hechos en nudos y patrones; Wtges crea un nuevo lenguaje, mediante la reiteración geométrica de figuras como el rombo, que le permite (re)leer y (re)presentar su tradición, su propia historia.
“Un lugar en el presente” exhibe piezas de su serie Diagramas / El Camino (2022), donde plasma con perfección extrema composiciones pictóricas de un exquisito equilibrio formal y cromático. Los diagramas son recursos para representar ideas, procesos, mecanismos y fenómenos, en aras de facilitar su comprensión; por ello el artista emplea este tipo de ejercicio gráfico para acentuar aún más la intención de organizar un pensamiento, una memoria que está en constante construcción. Junto a estos lienzos se despliega una instalación de banderas monocromáticas que cuelgan del techo de la sala expositiva (Diagramas / Banderas (2022). Las telas condicionan un sitio habitable, que envuelve a quienes visitan la exposición. Cada bandera lleva impreso en color negro sobre fondo blanco un patrón único, dando la sensación de estar ante una especie de código binario o de constelaciones estructurales conformadas por figuras geométricas. Pudiera verse en el uso de este símbolo de identificación grupal una búsqueda en torno a la construcción de una memoria colectiva.
También como parte de su propuesta, el artista despliega por primera vez un conjunto de esculturas de mediano formato recogidas bajo el título EGV Tribal (2022). Cada pieza está constituida por el ensamble de dos formas geométricas que se desprenden de su trabajo gráfico y pictórico para tomar cuerpo y tridimensionalidad en el espacio físico. Visualmente emparentadas con corrientes como el suprematismo y el constructivismo, las figuras son una reducción extrema de la forma a su idioma lapidario y geométrico. Como resultado, queda un conjunto de variaciones de un mismo fenómeno-figura, lógica que trae de su serie Diagramas, evidenciando la relación entre elementos o partes de una totalidad. Dentro del todo expositivo, estas composiciones escultóricas nos recuerdan abstracciones de la naturaleza, elementos de esa selva utópica donde convive con la obra de María Camila Bernal. La obra de Wtges no se enfrenta a tradiciones ancestrales y conflictos históricos que la delimiten. La suya es una selva imaginada desde la ficción atemporal, en donde se mezclan signos precolombinos con utopías futuristas. Un bosque negro, pensado desde la espesura de la no memoria.
III. Una Selva de recuerdos
Una palabra resuena eterna en la obra de Maria Camila Bernal, como las ondas que deja el viento en un lago: refugio. En el universo de la artista, es una metáfora constante de su mirada al pasado, a todos y cada uno de esos lugares/momentos que la convirtieron en el ser que es hoy. Volver al lugar de origen, al entorno que la abrazó, a la sabiduría (familiar) que por años engendró su sensibilidad y humanidad, y traerlos de vuelta al presente. Así cuenta su historia, que también es la de muchos, en un acto de valentía extrema.
Las obras que María Camila despliega en “Un lugar en el presente” recorren silenciosamente el camino entre la artista y sus recuerdos, siendo la instalación Mapas de la memoria (2022) la pieza clave que inicia ese trayecto. Esta se centra en hilar un proceso de trabajo y de vida a partir de dibujos, textos y libretas personales que la artista ha puesto a disposición del espectador, y que trazan un mapa mental de su proceso creativo. Uno muy íntimo y personal, tomando en cuenta lo que para ella significa el trabajo con el papel, ese momento de sinceridad y libertad plena. Maria Camila nos entrega con esta pieza fragmentos sagrados de su memoria, donde se asoman motivos como su casa de la infancia, que también fue su refugio; su colección de violetas, que apela al fuerte vínculo paternal; o los recurrentes escarabajos de sus lienzos, que cuentan historias de ese pasado inmerso en lo real maravilloso.
Siguiendo el recorrido visual, encontramos un conjunto de piezas que dan continuidad a su serie Atardece en el trópico, la cual ha venido desarrollando durante más de dos años. Con ella, Maria Camila emprendió un largo viaje de exploraciones internas, de entendimiento y también de supervivencia, pues la serie nace a partir de una mirada introspectiva y llegó a convertirse, con el paso del tiempo, en el refugio perfecto, ante los excesos de una realidad muchas veces abrumadora. Estas obras muestran su fuerte vínculo con la naturaleza, a partir de la idea -casi obsesiva- de capturar el atardecer, ese instante mágico y efímero que nos regala siempre un momento de pausa y reflexión. Pero el atardecer es un estado, es transformación, es inalcanzable, y ella lo sabe.
En estas piezas, así como en casi toda su obra, la artista apela a innumerables recursos, con los que, siguiendo la idea del pathos aristotélico, consigue emocionarnos y estimular -con fuerza- nuestros sentimientos. Por ejemplo, en ocasiones apela al uso sutil de la escritura, colocando frases cortas o simplemente palabras que delatan su posición ante su contexto. Con estos sutiles gestos
textuales, Maria Camila se asegura de que algunas ideas no queden diluidas en el espesor de sus atardeceres. Decía Juan José Saer en su novela El Entenado, para referirse a cierta cualidad de nuestra existencia, que “de todo lo que compone al hombre lo más frágil es, como puede verse, lo humano.” Y esto me recuerda una frase, presente en uno de los lienzos de María Camila, donde escribe: “que lo injusto no me sea indiferente”. Como una especie de mantra que vibra en todo su trabajo nos recuerda de forma constante la fragilidad de nuestra naturaleza, obligándonos a mirarla a los ojos, para así no olvidar su rostro. Existe en ella una conciencia vasta del contexto, del peso que supone el aquí y ahora.
Una instalación de pared y dos lienzos redondos concluyen el recorrido expositivo de Maria Camila anunciando al mismo tiempo una transición, hacia una nueva etapa de sus exploraciones artísticas. Aquí hay que prestar atención a dos elementos fundamentales: el color y la saturación de formas. Estas piezas se construyen a partir de tonalidades que se van alejando del rosa encendido y de los fuertes destellos dorados del atardecer para entrar en una fase de rojos y naranjas muy cálidos, más cercanos al alba. Las piezas parecen ubicarse en ese instante donde aún el Sol es cubierto por el el horizonte, y, sin embargo, ya se presagia parte de su estela en el cielo. En este caso, esa luz revela un paisaje mucho menos denso que sus atardeceres. La imagen es directa, limpia y sin muchas capas de información. La mirada se aleja del detalle para brindarnos entonces un contexto de formas mucho más amplio. Ahora la escala es otra. Aparecen ante nosotros vestigios de su memoria, como la mecedora de la abuela, la colección de enigmáticas piedras y los escarabajos que misteriosamente eran sembrados en su jardín cada noche. Pero también triángulos, círculos y cubos, figuras todas que apelan al rescate de la mesura, necesaria para hallar cierto equilibrio entre ese refugio imaginario y la realidad que la espera más allá de sus lindes.
IV. Un lugar en el presente
“Un lugar en el presente” es también un espacio de convergencia para las poéticas de María Camila y Wtges, incluyendo un gran volumen de piezas, resultado de la colaboración entre ambos. La serie que aglutina este encuentro se denomina Un lugar, y está compuesta por un conjunto de pequeños collages en papel, donde emerge un diálogo simbólico entre ambos creadores. Sus imaginarios se ven fragmentados y recontextualizados en un nuevo plano, mostrando que los caminos no son necesariamente lineales y que la realidad puede también manipularse. Junto a estos se han dispuesto un grupo de lienzos de diverso formato, donde el
espesor de la naturaleza figurativa de María Camila se funde con las formas geométricas de la pintura abstracta de Wtges. El espectador se enfrenta aquí a la enervante yuxtaposición de dos universos: materia y antimateria en un mismo plano físico. La propia idea de la memoria personal, tan recurrente en las obras de Maria Camila, como rescate y resignificación del ayer, también orbita en el trabajo de Wtges pero desde su reconstrucción, a partir de referencias y códigos modernos. Podría decirse que una mira hacia adentro, hacia un pasado que yace acurrucado entre sus recuerdos, y la otra hacia afuera, en una intención de búsqueda que retumba entre carencias y espacios vacíos. En resumen, estas obras ponen de manifiesto cómo gran parte de sus búsquedas formales y conceptuales caminan en la misma dirección.
Es la disciplina de la praxis continua, el bregar dentro de la vorágine del medio artístico y sobre todo la conciencia de hacer(se) un lugar en el presente al que aporten como seres humanos y como creadores lo que ha hecho de ambos extraordinarios artistas. Hoy sus trabajos se entrecruzan en una muestra única donde desbordan todo su universo creativo al tiempo que traducen sus historias, sus pensamientos e imaginarios. De cierta forma “Un lugar en el presente” cierra -simbólicamente- un ciclo de trabajo marcado por un largo proceso de indagaciones para abrir paso a nuevas etapas de creación y consolidación de sus discursos artísticos.

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